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Alumnos enredando

Solemos quejarnos de que los alumnos no paran: parlotean constantemente, no atienden, incordian, juguetean entre ellos y se pasan notitas. Uno de mis mantras al llegar a una nueva clase es el de "estudiar no es divertido: lo divertido es aprender". Tampoco es posible convencer a un

grupo de veinte o treinta adolescentes de que estar sentados durante unas seis horas en unas incómodas sillas, escuchando a un señor hablar de asuntos que no les interesan en absoluto es lo mejor que pueden hacer a sus 14 o 18 años, y que algún día se alegrarán de haber estudiado, porque obtendrán un buen trabajo con una excelente remuneración. La idea de futuro, para  la  mayoría de  ellos,  se reduce a qué

No es casual que sean, precisamente, asignaturas que pueden dar más juego en el terreno creativo.

Parece imprescindible, por lo tanto, que todo aquello que aprenden tenga una utilidad inmediata, que sea aplicable a corto plazo. A todos nos ha ido domando la escuela. Con esa doma, se consigue que seamos integrantes de una sociedad, pero también que la creatividad individual vaya desapareciendo. Antes de que eso les ocurra también a los alumnos de cada nueva promoción, iremos guardando en esta sección los frutos de aplicar lo que se aprende. 

harán a la salida o, en el mejor de los casos, qué harán el fin de semana, que consideran una liberación (no sin motivos). También hemos caído en la trampa de la visión finalista del estudio: no se sostiene ya que la obtención de un título es, por un lado, reflejo del conocimiento y, por otro, la llave para un futuro laboral halagüeño. Es absurdo empeñarse en que sus intereses coinciden con los nuestros y, de hecho, es esperanzador que no sea así. Una prueba de nuestra visión de lo que se considera importante es que, en muchos casos, asignaturas como música o educación plástica y visual se consideran poco relevantes, mientras que suelen resultar atractivas para los alumnos.

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